La ola de asesinatos y terror que se apoderó de la región oriental en diciembre de 1956, también alcanzó a la juventud cacocumense comprometida con la liberación de la isla. Gilberto González Rojas (Papi) fue una de las víctimas de los hechos conocidos como Pascuas Sangrientas.
La madrugada más triste
Elvia Luisa le ajusta la camisa, lo hace siempre antes de salir, más hoy que todo el mundo luce lo mejor que puede, alisa el pelo de Gilberto Ramón que, a sus ocho años, los acompaña a todos lados y toma de la mano a la pequeña Marbelis del Carmen. Salen de la casa entre risas. En el ambiente, el halo de felicidad que acompaña siempre a las noches de Pascua, se mezcla con la incertidumbre que se ha esparcido por la región, y las amenazas que ha recibido en los últimos días para que abandone la ciudad.
A pesar de ello insiste en que nada arruinará esta noche de fiesta junto a su esposa, hijos y amigos. Las conversaciones girarán en torno a la necesidad de apoyar a los guerrilleros, los crímenes recientes por órdenes de Fermín Cowler, y lo de siempre, la familia, el trabajo.
Precisamente por el trabajo se retiran temprano, sobre la media noche llegan a la casa y dos horas más tarde ya está nuevamente en pie, pues su turno en la estación ferroviaria, donde labora como telegrafista, comienza a las dos de la madrugada. Atraviesa el parque de la ciudad sin sospechar que, al amparo de la oscuridad le asechan manos asesinas.
Le disparan por la espalda, una forma de matar digna de hombres cobardes. Se inscribe el nombre de Gilberto González Rojas entre los últimos asesinatos de la larga lista de crímenes planificados por el bestial sicario Fermín Cowler, como regalo sangriento de pascuas al territorio holguinero.
Papi, como le decían todos, había cumplido el día siete del propio mes 31 años. En su corta vida había tenido muchas aspiraciones, pero las circunstancias económicas reales de su familia no le permitieron realizar ninguna de ellas. Amante siempre de la pintura, tuvo que conformarse con las clases de Artes Manuales de la primaria, porque ni en sueños sus padres hubieran podido costearle estudios de plástica. Al concluir sus estudios primarios quiso ingresar a la Escuela de Comercio de Holguín, pero la falta de dinero no se lo permitió.
Fue así que tuvo que conformarse con el empleo de peón en la vía del ferrocarril, pero el empeño y la disciplina que ponía en lo que hacía, hiso que lo promovieran rápidamente a telegrafista.
Esta cadena de sueños inconclusos lo llevó a comprender rápidamente la necesidad de colaborar para transformar la realidad de los cubanos. Con esa premisa ingresó al Partido Ortodoxo y se afilió a la primera célula del Movimiento 26 de Julio constituida en Cacocum.
Pronto se convirtió en parte de la avanzada de la misma y activo militante, al que se le podía ver organizando y encabezando mítines, manifestaciones, sabotajes, propagandas. Tal fue su actividad que los asesinos de Batista no demoraron en comenzar a perseguirlo y hacerle advertencias.
El 12 de diciembre de 1956 las amenazas comenzaron a concretarse. Este día fue detenido junto a Tomás Mulet Guerrero e Idilio Batista Fuentes, acusados de quemar El Puente Negro, en la línea del ferrocarril que une a Cacocum con Holguín. Fue conducido a la cárcel vieja de la ciudad, enjuiciado en la causa # 64 del año y declarado culpable.
El día 23 es puesto en libertad bajo un sinfín de condiciones y amenazas. Los líderes del M-26-7 le ordenan salir de la ciudad debido al eminente peligro que corría su vida, en días en los que el demonio del crimen llenaba de dolor las calles holguineras. Papi se negó alegando que su aporte en ese momento era crucial para que la ola de asesinatos no debilitara al Movimiento en la zona. Pero tres días más tarde, en la madrugada del 26 de diciembre de 1956, el Movimiento perdería a uno de sus mejores hombres en Cacocum.
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